miércoles, 2 de marzo de 2005

La modelo

El vestido llevaba unas gasas superpuestas. Apenas transparencias teñidas de violetas, rosas y azules celeste. El conjunto no incluía zapatos. El famoso diseñador había decidido que el pie desnudo de la mujer es un símbolo erótico incomparable y esa desnudez, acompañada por la levedad de los tules que conformaban el modelo, haría que los espectadores del desfile –expertos en moda venidos de todo el mundo -, centrasen su atención en las nuevas formas, innovadoras y atrevidas de la línea primavera-verano.
La modelo, entre bastidores, colocó las gasas y tules según la fotografía que le habían facilitado en el ensayo general; debía parecer que la ropa estaba colocada al desgaire, pero la dejadez estaba estudiada al milímetro. La maquilladora había destacado sobre todo los ojos de la modelo a base de tonos malvas y violetas y dibujó un cerco negro debajo para profundizar la mirada y darle, al mismo tiempo, un toque de tristeza. La peluquera despeinó más que peinó a la joven y terminó la tarea rematando una especie de moño con un lazo rosa y unas cintas malvas y violetas.
El famoso diseñador, instalado en el backstage, daba los últimos retoques a cada modelo y les repetía: Vamos, bonita, tú representas la concreción de la idea genial que yo he visto en mi imaginación, la gloria te espera ahí afuera. Y pellizcaba muy someramente los rostros delgadísimos de las chicas, con mucho cuidado para no estropear el maquillaje.
La modelo esperó su turno. La que desfilaba antes que ella llevaba un conjunto de camiseta y pantalón en rojo rabioso. El tejido era una mezcla de poliuretano y nylon, de tal forma que el cuerpo parecía plastificado o parte de una expedición a la Luna a punto de entrar en una nave espacial. Los espectadores aplaudieron aquel espectacular modelo y los críticos de moda anotaron en sus libretas sus opiniones, siempre certeras, sobre la innovación y el futurismo en la moda.
Llegó su turno. La música –sintética, ecléctica e ilógica -, comenzó a sonar en los dieciocho altavoces repartidos por el salón; cesaron los aplausos y los críticos aguardaron la aparición de la siguiente mujer en la pasarela. Los focos se centraron en su figura etérea, en las gasas evanescentes y los pies desnudos. La modelo caminó por la alfombra azul marino como si sus caderas estuvieran a punto de descoyuntarse, cruzando los pies ante ella de tal forma que los pasos parecían de baile y no un caminar ordinario y corriente.
Fue quizá al octavo paso cuando ocurrió.

El carpintero, sin duda, tenía prisa esa mañana.
El clavo atravesó limpiamente el talón de la delgada modelo que lanzó al aire del salón un alarido inhumano. Inmediatamente se desmayó y su cuerpo desmadejado, tendido sobre la alfombra azul marino, fue considerado unánimemente por los críticos de una belleza sobrecogedora.
"La performance fue estremecedora –escribió uno de ellos en Vogue -, la modelo representó perfectamente el papel de las ‘fashion victims’ y quedó tendida largo rato ante el público fingiendo, como una primera actriz sin duda, el dolor de las esclavas de la moda ante la tiranía del vestido. La representación concluyó entre aplausos rabiosos cuando el propio diseñador recogió entre sus brazos a la joven y se la llevó tras los bastidores. El realismo de la escena fue tal que hasta se cuidó el pequeño detalle de un reguero minúsculo de líquido rojo dejado, como una estela púrpura sobre el azul intenso, formando sinuosos dibujos hasta desaparecer tras el telón de fondo. Impresionante sin duda y difícil de superar".

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