martes, 1 de marzo de 2005

La hermandad (Relato basado en un hecho real)

Han ido pasando los años. Muchos años. Más de cuarenta, más de cincuenta.
Imposible mirar atrás sin ver todo ese tiempo como un discurrir de monotonía.
Idas y venidas a la labor del campo. Idas y venidas al bar. Partidas de mus. Comidas guardadas de un día para otro para aprovechar la olla grande y no tener que guisar a diario.
El sobresalto de una enfermedad, de una visita al hospital en la ciudad para que alguien con bata blanca repare las averías del cuerpo.
Era temprano por la mañana. Siempre era temprano, fuera domingo o martes. Los dos hermanos frente a frente, acodados ante la mesa de la cocina; tazones de café y galletas, el azucarero, un pedazo de pan de la víspera, el sol comenzando a dejarse asomar por la ventana estrecha que da al este. Hoy no hay olla con garbanzos o alubias en el fogón. Tampoco ropa en el tendedero. No hará falta ni comida ni algo que ponerse. El desayuno es innecesario también, pero parece mal despedirse con el estómago vacío.
No hablan. No les hace falta. Todo se ha dicho ya y añadir algo sería tan superfluo como perder el tiempo poniendo flores en un búcaro. ¿A quién le importan las flores muertas corrompiendo el agua en la que se ahogan?

El último trago de café marca el comienzo del plan trazado hace ya años. Cada uno recoge su tazón con parsimonia, lo acerca al fregadero y lo lava, uno tras otro, sin atropellarse ante el estropajo, como siempre ha sido. Luego limpian la mesa de las migas caídas, guardan las galletas en la vieja lata de metal que antaño guardó otras galletas que ya ni se fabrican.
Se miran un momento, ambos de pie y el mayor dice: Es la hora, hermano. Y el más joven, aunque ambos son setentones, asiente con la cabeza y prepara dos vasos con agua del grifo; antes, curioso detalle, la deja correr un poco, para que salga fresca. Los pone sobre la mesa y el mayor echa en cada uno el contenido de un sobre blanco con los bordes doblados para que los polvillos no se escapen y se pierdan. Las cantidades son importantes.
Vuelven a mirarse a los ojos, hacen un amago de abrazarse, pero son incapaces puesto que nunca se han dado muestras de cariño con demostraciones físicas. Cada uno toma un vaso y beben al mismo tiempo, apurando hasta el final los posos blanquecinos. Luego caminan despacio hasta sus dormitorios y se tienden cada uno en su cama, con la ropa de los domingos puesta y los mejores zapatos calzando los pies.
Mejor no dar trabajo a nadie, ni siquiera al de la funeraria.


P.S. Hoy martes, a las 16:50 y en La2 de TVE se emite el último capítulo de la serie "Un programa estelar". Si pasabas por aquí... te recomiendo que lo veas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué tristeza infinita..........Como pasaba en tu último relato, quedan siempre las ganas de saber algo más de los personajes. Qué les llevó a hacer esto? nunca lo sabremos, la imaginación es libre.

Admin dijo...

Me han gustado mucho ambos (el de las páginas en la calle tb). Pero de éste destacaría tu estupenda capacidad para, con un puñado de palabras de nada, hacer que imaginemos una escena, como la de una peli. Como ejemplo ese sol entrando por la ventana y dejando su huella dorada en los objetos.
En tan pocas líneas, tanto sentimiento de los protagonistas...
¡¡Chachi que sí!!

Admin dijo...

Por cierto, me he hecho mi propio weblog siguiendo los pasos de este tuyo: http://isone.blogspot.com

A ver si así me animo con producciones nuevas jeje.
Un beso!

A.Ruiz dijo...

¡Qué agradables visitas!
Ali, gracias por leer.
Y, tocaya, un placer verte por aquí, ahora mismo echo un vistazo a tu blog.