jueves, 3 de marzo de 2005

La arruga

La arruga era diminuta, apenas una fina línea en el entrecejo. Lo frunció ante aquel espejo de aumento con luz incorporada y la arruga se hizo más profunda. El gesto, visto así, era malhumorado. Un ceño fruncido siempre lo es; denota enfado, ira y crispación. Pensó que si no se hubiera enfadado tantas veces por culpa de aquel cretino, esa arruga no estaría ahí, justo entre los dos ojos, una vertical que se difuminaba camino de la frente, hasta desaparecer.
¿Y cuándo había comenzado? Se miraba cada día en ese mismo espejo desde hacía más de diez años y jamás la había visto.
Su furia fue en aumento. El rostro encorajinado se reflejaba en el azogue y la arruga profundizaba más y más en la epidermis; arañaba las células, las hacía desaparecer y crecía el surco inevitable.

Le había mentido la esteticista; aquella maldita crema de doscientos euros el bote de cien gramos no prevenía la aparición de arrugas, no prevenía absolutamente nada.
Abandonó un momento el cuarto de baño para decirle al cretino que le había salido una arruga en mitad de la frente, en el mismísimo entrecejo. Pero claro, el cretino apenas levantó la vista del periódico para decirle desganado:


- Vaya, lo siento mucho, querida.

Estaba claro que no lo sentía en absoluto, le importaba un pimiento que ella tuviera una arruga o que padeciera lepra avanzada. Esa era una de las razones por las que la crema preventiva que debía prevenir la previsible aparición de arrugas no hubiera tenido absolutamente ningún efecto sobre su cara. El cretino avivaba las arrugas con su propio cretinismo, su indolencia y su indiferencia.
Regresó al cuarto de baño enfurecida y de nuevo se asomó al espejo ovalado dotado de luz que ampliaba e iluminaba su arruga hasta hacerla parecer una trinchera divisoria entre los dos bandos que eran sus ojos. Estiró con los pulgares la carne de la frente y la arruga quedó reducida a una línea recta pero ya sin apenas profundidad.

No era una solución válida.
Su cara fue enrojeciendo de ira, los ojos le brillaban de pura irritación.
En pleno arrebato, mascullando palabrotas, cogió de la estantería el bote de crema antiarrugas y lo lanzó con todas sus fuerzas contra el espejo ovalado dotado de luz.

El cristal se hizo añicos.
Su rostro, también.

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