martes, 31 de diciembre de 2013

SIN BALANCE






Que no pienso hacer balances.
Que no hay nada que poner en la balanza.
Que los desniveles se agudizan y todo cae por el lado del más débil.
Que ha muerto un hombre vagabundo; hizo de una cañería vivienda y ataúd.
Que seguimos celebrando no estar muertos y se mueren a millares en el mundo.
Y ni los vemos.
Que le cierre la persiana otro a este año.
Que vendrán más y nos harán más viejos, menos sabios, más torpes y fallidos.
Que me conformo con que no sufran los cercanos.
Que no nos ronde el dolor.
Que no dejemos de luchar porque, eso sí, sería terminarnos.


lunes, 30 de diciembre de 2013

A TU ALREDEDOR





A tu alrededor, la nada,
el vacío, el miedo, el hambre
de que sirvan las palabras
entre el desconcierto
para aliviarte.

En el entorno vil
en la mirada vacía
en el silencio sin acierto
en el lento discurrir
de tanta pena así.

Que si no duele no cura
dicen.
Que si no duele no dura
digo.

Que perdura más la muerte
que el miedo que has de tener
a perder.



martes, 24 de diciembre de 2013

LA VIEJA NAVIDAD





En la vieja Navidad éramos niños y teníamos luces y futuro.
En aquella Navidad infantil todo era bueno, hasta la nieve.
Las manos ateridas y el corazón cálido.

Se marchó por donde vino aquel tiempo de castañas asadas, de una pandereta rara que no sabíamos tañer, del aroma a la sopa de pescado y la compota cociéndose despacio en el puchero de hojalata.

Y ahora tenemos frío en el corazón, las manos vacías y apesta el aire a las tristezas que se consumen con el año, que alimentarán otras nuevas que han de venir porque siempre vienen.

Y ahora somos viejos para todo y quisiéramos tener una chimenea, como entonces, para ver cómo juegan las llamas lamiendo el tronco grande. Cómo esas lenguas de fuego se deslizan y se atrapan y se mecen y crepitan.

Y quisiéramos tener a la abuela que guisaba.

Al padre que sonreía adornando el árbol grande, haciendo ríos con papel de aluminio y elevando montañas con escayola.
Y las casitas diminutas de corcho, donde vivían los niños a quienes el malvado Herodes iba a mandar matar.

En la vieja Navidad.

Cuando niños.

Cuando el ayer, ya lo sabemos, nunca regresa si no es para morderte el alma y dejar el hueco de la ausencia.


martes, 10 de diciembre de 2013

MI AMIGO ROTO





Lo que véis es un cuadro. Un cuadro que puede representar multitud de ideas pero, hay que fijarse bien, lo que se ven son cabezas cercenadas, arrancadas de un tronco, de una columna vertebral.
Lo que véis lo hizo, en un ordenador, con un artilugio especial que le permitía escribir y dibujar en la pantalla sólo soplando con la boca, un amigo, mi amigo J.
Ese "Para Ana" está siempre frente a mí cuando tecleo. Ese "Para Ana" me obliga a recordar cada minuto que yo puedo mover los brazos y las piernas. Caminar y respirar por mí misma, sin ayuda de un respirador, sin permanecer inmóvil, con la columna separada de la cabeza, con la cabeza a pleno rendimiento sabiéndote atrapado, estático, roto.
El amigo dejó escrito que celebráramos su muerte con el buen vino que guardaba en su casa y eso hicimos. Brindar por su memoria, por su cerebro privilegiado, por la voz que, a estertores, salía de su garganta horadada por el respirador.
Han pasado años pero quería contarlo aquí.
Para que sepáis.
Porque es tremendamente triste, pero estimulante al tiempo.
Porque viene a demostrar que, incluso partido en dos, se tiene fuerza y se puede apartar al miedo y a la muerte y al silencio.

jueves, 28 de noviembre de 2013

CANALLAS







Que hay huellas canallas en la sombra
Atroces huellas hollando la hermosura
Clavando paladas en los troncos
Tronzando cada brote, cada fruto
Matando cual cizaña la envoltura
De lo que pudo ser bueno
Y no llegó.

Que hay gente que no hace
 Otra cosa
Que fabricar dolor a espuertas
Y cerrar el atisbo de salida
A quien osa pedirle respirar.

Y que vive tanto, tanto miedo,
En la noche cerrada y heladora
Que puedo entenderlo todo
Excepto una cosa
La maldad gratuita
Desgarradora
La que mutila tu alma
Y te destroza.

jueves, 12 de septiembre de 2013

LA SANGRE DEL HAMBRE



La historia de la anciana me la contó P. un hombre cabal. Regenta un restaurante firme a sus principios desde hace una treintena de años. 

Pues bien, la anciana, en lo más crudo del invierno provinciano, merodeaba al anochecer junto a la puerta trasera del restaurante; ésa por la que salen y entran los empleados, ésa a la que llega el género, ésa, sí, por donde se saca la basura cuando se cierra la puerta a los clientes y todo se prepara para el día siguiente.

La anciana, insisto, en lo más crudo del invierno, apenas vestía una falda mediada, un jersey de punto algo raído y una toquilla remendada. Digna en una pobreza digna, blanco el pelo recogido en un moño. Pulcra en la necesidad, los pómulos marcados, las ojeras del color de las violetas. No hablaba. No se acercaba a la puerta trasera. Sólo esperaba.

Una noche especialmente fría, P. se le acercó. “Señora, le dijo ¿Necesita usted algo?”. Y la mujer, mirando al suelo avergonzada, le pidió unas sobras. “Lo que tenga, cualquier cosa me irá bien”. Aquella noche y muchas otras noches después, P. preparaba un bocadillo de pan tierno, torta de aceite templada, y lo rellenaba con las exquisiteces de su carta. Acompañaba el frugal menú con una pieza de fruta y se lo entregaba a la mujer que hasta intentó besarle las manos un día.
La anciana, cuando había pasado una semana, requirió a P. que, por favor, no le pusiera un bocadillo tan grande, que con la mitad le bastaba, que no era cosa de tirar la comida con lo mal que estaba todo.
Así que P., además de ponerle un bocadillo más menguado le preguntó que si era viuda, que si no tenía pensión, que si le podía ayudar con algún papel. La mujer, con esa mirada gris que dan los años y las penas le dijo que sí, que viuda era y que la menguada pensión se la habían quedado sus hijas, dispuestas también a dejarla en la calle a la menor posibilidad. “Ya sabe, añadió la mujer, la juventud, que sólo miran por ellos”. Y se marchó. Y regresó noche tras noche, hasta que no volvió más.

Nunca supo P. qué fue de ella, de esa mujer anciana, hambrienta y digna, de todos sus avatares vitales, de cómo se terminaron sus días de sangre y hambre, aliviados siquiera por un bocadillo caliente y una pieza de fruta para ir tirando. Creo que lo llaman caridad.
Es injusticia en todo caso. 
Y a P. se le escapaban las lágrimas contándolo.


lunes, 2 de septiembre de 2013

LA MUJER









Ser acaso la mujer
La más feliz del mundo
Ésa que sin saberlo
Atrapa tu mirada
Encandilada.

Y todas las mentiras
Encadenadas
Y lo que vino después
Tal vez.
Tan aprendido y roto
Por tan sabido cierto
Tal vez tan muerto.

Ser acaso la mujer
Aquella que nunca
Pudo ser.