sábado, 12 de marzo de 2005

El niño

Subió al árbol y miró desde arriba el campo recién sembrado. Los ocres y el silencio de una enorme extensión de tierra parda. Puso su mano sobre los ojos, a modo de visera, y contempló un árbol a lo lejos rebrotado de hojas diminutas, promesa de manzanas con olor a verano. Vio las casas del pueblo y la loma altiva, el teso desde donde llegaban las tormentas y los vientos del norte en el invierno.
Luego suspiró.
Cerró los ojos y un vértigo extraño le sacudió entero.
Le llamó la tierra a su ensenada oscura.
Desde la rama más alta del roble viejo, el niño se desprendió, ya maduro, y muerto.

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