miércoles, 31 de agosto de 2016
martes, 2 de agosto de 2016
LA CAJITA DE MÚSICA
Pensó que sonaba un móvil.
Siempre que oía una cancioncilla por la calle echaba la mano al móvil, aunque no fuera su sintonía. Manías modernas, pensó.
El sonido llegaba de un contenedor y la curiosidad fue más fuerte que la prisa, así que se acercó a aquel sonido como de pianola antigua, como llegado de una tiempo olvidado.
Antes de abrir la tapa del contenedor miró a todas partes. A ver si van a creer que soy una indigente, pensó.
Nadie en la calle, calor insoportable y la música sonaba y sonaba. Una invitación a la curiosidad.
Estaba sobre las bolsas negras, parecía flotar sobre el hedor de la basura, las moscas, los restos inservibles, los desechos.
Era preciosa y sonaba.
Parecía lacada, a la japonesa, antigua, una rara joya.
La han dejado aquí para mí, se dijo. Sonaba para que yo la encontrara.
Se dio mucha prisa para meterla en la mochila, como una ladrona, como una pobre mujer que rebusca en los desperdicios.
No veía el momento de llegar a casa; algunos miraban raro en el metro. "Claro, la música sigue sonando, aunque sea amortiguada por la mochila; no me importa nada, otros dan la tabarra mucho más fuerte y no nos quejamos nunca".
Cuando entró en casa parecía una niña en la mañana de Reyes, casi tira un jarrón por apoyar la bolsa de cualquier manera y tomar entre las manos la cajita. Su tesoro.
"¿Quién demonios ha podido tirar esto a la basura con lo preciosa que es?".
Dio con una palanca que hacía cesar la cancioncilla.
Abrió la caja que estaba llena de diminutos departamentos, como un rompecabezas, un laberinto de madera, piezas de engranajes... Y un papel cuidadosamente doblado en lo más profundo de la caja.
Lo han dejado aquí para mí, se dijo de nuevo. He de abrir el papel y saber qué mensaje oculta.
Parecía la letra titubeante de un niño, acaso la temblorosa de un anciano. Una fecha en el encabezado:
15-V-1964
Y después...
"A quien pueda interesar:
Sé que has tenido la paciencia necesaria para encontrar esta nota, que has abierto todos y cada uno de los departamentos de mi caja de música, así que sé que puedo confiar en ti aunque no te conozca. Cuida de ella, engrasa las juntas, que no chirríen, escucha mi música por mí de vez en cuando, así estaré viva en la memoria de alguien. Y si has de abandonarla de nuevo hazlo en donde otra persona pueda encontrarla para disfrutar simplemente del hallazgo. La sorpresas son un regalo inesperado y precioso.
Seas quien seas, muchas gracias".
(Para S. que encontró una cajita de música abandonada y compartió su hallazgo e hizo volar la imaginación de muchos).
martes, 28 de junio de 2016
EL AMOR Y EL ODIO AL AMOR
"Si alguien odia que otros se amen tiene un grave problema".
Un tuit escrito al hilo de una frase escuchada en la calle, pronunciada por un hombre joven acompañado de una chica joven también: "Nadie es homófobo hasta que tiene un hijo gay".
Bien, pues esto suscitó un interesante y enriquecedor debate en Twitter.
Ya sabéis, que son homófobos encubiertos, que no quieren que su hijo o hija sufra discriminación, que si la discriminación empieza en casa, etcétera.
Hace muchos años mis padres eran novios. Paseaban por unos jardines de Pamplona y, cosas de la edad, con una osadía tremenda, se besaron. Un minuto después un guardia les estaba poniendo una multa. Digo yo que habría alguna ordenanza municipal, una ley incluso, que impedía semejante indecencia y la castigaba monetariamente. Es que es un atrevimiento besarse en público.
Ya.
Resulta que unos carteles con personas del mismo sexo besándose también han escandalizado a algunos "bienpensantes". ¡Lo ven los niños! claman indignados.
Y a mí me indigna la clase de educación que quieren esas personas para sus hijos. ¿Discriminatoria, sexista, racista?
Hay un mismo saco para todos los "odiadores". Da igual quién sea el objeto de su odio, un gay, una mujer, un sacerdote, un negro, un musulmán o un esquimal; vaya usted a saber qué razones amparan la sinrazón del odio.
Y el odio se alimenta de odio y consume a quien lo padece. Sí, lo considero una enfermedad. Se inocula desde pequeños, cuando ves a tu padre pegando a tu madre, insultando a un negro que pasa por la calle o piropeando a una mujer que va "provocando" con una falda muy corta. Cuando ves a tu madre llamando zorra a una vecina que cambia de novio a menudo. Cuando ridiculizas a cualquiera que consideres diferente. A cualquiera, ojo ahí, que se sienta libre para vivir su vida como quiere vivirla.
Hay un "meme gracioso" con una pintada que dice: "No reírse de los subnormales, por favor".
Probad a ridiculizar o insultar en la calle al ciego que vende cupones, a esa persona que se mueve en silla de ruedas. Alguien (ojalá muchos) os afeará el gesto.
Muy probablemente (ojalá me equivoque ahora) si hacéis lo mismo con alguien de apariencia gay habrá un atronador silencio; no vaya a ser que piensen que eres maricón o tortillera por defenderlos.
Así las cosas, estos días volveremos a leer y escuchar que el día del orgullo es una horterada, que no hace falta, que es exhibicionismo, que...
Sobre esto escribió muy bien mi amigo V., aquí:
Así que poco más que añadir salvo una cosa, odiar a quien se ama es atroz.
Odiar es inhumano.
jueves, 16 de junio de 2016
VUESTROS #CERNÍCALOS
“Se me ha quedado la ventana triste.
Como tapiada.
Sin motivo para asomarme”.
Esto era un tuit. Una brevedad, una greguería, una sensación, un llanto raro que sueltas para que no se te quede dentro, quemando.
(Una lágrima por unos pájaros, Ruiz, a tu edad).
La primera vez, la primavera primera, fueron una rareza. Vinieron hace tres años y revoloteaban mucho, se posaban, miraban, se iban, volvían. ¿Qué serán? Y los bautizamos como halcones. Un ascenso en la categoría de las rapaces. Luego me explicaron que eran cernícalos, ni siquiera “primilla”, sino comunes. Vale, me dije, serán comunes pero son especiales porque han elegido mi ventana y no otra para poner sus huevos y criar a sus pollitos.
Aquello fue emocionante. Los pollitos montaron su propio parque de atracciones en la jardinera y saltaban de un tiesto a otro, movían las alas, se quitaban el plumón y les asomaba el plumaje de mayores, cada vez más parecidos a sus padres. Volaron, claro. Y se fueron. Es la condición de pájaro, volar.
Ah pero, prodigio… regresaron la siguiente primavera. Y el asombro se tornó en admiración. Qué memoria la de las aves, saben dónde están tranquilas, dónde tienen casa segura. Fueron cinco pollos. Una barbaridad. Un follón grandioso en menos de medio metro cuadrado. Un atasco de pollitos haciendo sus cosas de pollitos y mirando a la cocina como si la cocina fuera un escenario que les llamaba la atención sobremanera.
Y empezaron a hacerse “famosos” sin
saberlo, porque comenzaron a ser los #Cernícalos de Twitter; unas mascotas
raras con admiradores sensibles. (La sensibilidad, menuda joya imposible de
comprar).
Y llegó la primavera de 2016. Ya habíamos
bautizado al padre como “Cabeza Gris”, tenía nombre y un bello plumaje y una
nueva pareja, una hembra anillada muy asustadiza y menuda. Les costó, pero el 2
de abril en la tierra de la jardinera apareció un huevo rojizo, casi del color
del suelo. ¡Por fin, más pollitos!
Pero se hicieron esperar hasta finales de
mayo y hubo seis, en círculo, perfectamente ordenados en la tierra. Y
comenzaron a empollar los padres. Día y noche, por turnos, Cabeza Gris sólo
abandonaba el nido para cazar. Es buen cazador de topillos, un tipo noble que
me mira a los ojos y no se asusta de mí ni de mis fotos de paparazzi que en vez
de perseguir famosos persigue aves…
Bien. Nacieron los pollitos, miniaturas
de cernícalo, ojos cerrados y pico abierto reclamando comida nada más salir del
cascarón. Sobrevivieron cinco, de nuevo un previsible follón de plumones en la
jardinera, de nuevo Ruiz haciendo fotos agazapada tras los visillos para no molestar.
La madre permanente en el nido, el padre cazando incansable para traer comida;
pájaros pequeños, topillos, ratones. (A veces es mejor no saber qué comen).
Pero…
Pero el 14 de junio al anochecer vi un
pollito muy quieto, separado de sus hermanos, tirado inerte en la tierra. Y
otro con una herida en el ojo muy visible y con mal aspecto.
Así que el jueves temprano, cuando
comprobé que sí había un pollito muerto, llamé a un Centro de Recuperación de
Aves y vinieron a por ellos; el muerto y los vivos en una caja de cartón con
agujeros abandonando su nido. La madre gritaba enfurecida desde el tejado de la
casa de enfrente. La madre… como testigo de un secuestro ininteligible.
Podían haber estado enfermos y haber
muerto todos si no eran tratados así que había que hacer ese estropicio aunque
fuera con la mejor intención del mundo.
No estaban enfermos, estaban desnutridos;
el pequeño había fallecido de inanición; curaron al herido y alimentan a los
otros tres. Se harán grandes, echarán plumas y aprenderán a volar y a cazar.
Lucirán anillas en las patas, como su madre, y emprenderán su vuelo adonde
quieran. Para eso tienen alas, por eso son libres.
Han sido los cernícalos de Twitter
durante mucho tiempo. Pájaros de una red con pájaro azul. Una de las millones
de historias que se cuentan a diario.
Pero han sido nuestros cernícalos, los de
todos. Libres, salvajes y fuertes.
Les estoy muy agradecida por elegir mi
ventana.
Os estoy muy agradecida por dejarme
compartir la historia pequeña de un nido y unas alas y ese aire de libertad.
SENTIDO Y SENSIBILIDAD
Me cuentan que cada
primavera entregan en el centro de recuperación de animales salvajes a unos 60
pollos de cernícalos comunes. Anidan, cada vez más, en las ciudades; en
balcones, jardineras, ventanas. Donde haya un hueco que les resulte seguro y
protegido.
Me cuentan que hay
personas que no quieren a “esos bichos”, que hay vecinos que amenazan con
matarlos porque “manchan todo”, pían y molestan, porque, en fin, son sólo
pájaros y hay muchos.
Respeto a quien eso
hace. Respeto a quien no le gustan los animales, no es obligatorio que te
gusten, aunque sea delito su maltrato, su abandono, la crueldad con ellos. Sean
perros o gatos, sean pájaros o hámsteres. Viven con nosotros en nuestro mundo.
Lo mejoran en la mayoría de los casos; acompañan, consuelan, maravillan.
Pero hace falta
sensibilidad para que algo te maraville y de eso parece que vamos teniendo
poco. O nada. Y sentido común para entender que se trata de equilibrios casi
mágicos, que si hay plagas de ratones o topillos nacerán más rapaces que los
cazan y se alimentan con ellos. Que si no hubiera murciélagos nos comerían los
insectos (oh, qué miedo el mosquito tigre), que cada bicho tiene una razón de
ser y estar y existir.
Y aquí somos, estamos
y existimos los del cerebro más desarrollado, sin entender nada de esos
equilibrios imprescindibles para nuestra propia supervivencia.
Y si no nos
conmovemos siquiera con cientos de niños ahogados en el Mediterráneo, abusados,
sometidos, sojuzgados, sin refugio, pedir que nos conmueva un animal es para
nota. Para suspendernos en humanidad, que no es asignatura pero debería.
Nosotros, los
humanos. Nosotros que matamos por placer o para colgar cadáveres en las
paredes. Trofeos, dicen. Claro. Premios a la estulticia, la ceguera y la
soberbia.
Nosotros que estamos
dejando sin futuro a la vida sobre la Tierra a una velocidad desconocida en la
historia del mundo.
Nosotros, los
inhumanos.
martes, 19 de abril de 2016
COMO UN TACONEO
"El fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos y el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros".
"Football is a gentleman's game played by thugs and rugby is a game for thugs played by gentlemen".
Un dicho antiguo del que se ignora el autor (o he sido incapaz de encontrarlo).
Un dicho que debería ser puesto al día en su formulación añadiendo “señoras”, o mejor aún, mujeres.
La primera vez que pisé un campo de rugby escuché un sonido que no esperaba.
Al fondo, el murmullo de los espectadores en las gradas. En primer plano, un taconeo, la sensación de que un grupo de mujeres caminaban deprisa haciendo sonar sus pasos. No lo eran, claro. Eran tipos fornidos, uniformados, poderosos. Salían de los vestuarios y se disponían a saltar al campo. El camino de cemento hacía que los tacos de las botas sonaran así, como un taconeo presuroso.
Y me gustó el contraste y me llevó a pensar.
Dicen que las primeras mujeres que jugaron al rugby lo hicieron en secreto, allá por 1913 en un College inglés. Me las imagino de noche o en penumbra, pasándose el oval casi a ciegas, ensayando a ensayar con calzones quizá, con la ropa tan incómoda que vestían entonces. En España tuvo que ser, ya sin secreto, en 1970. Las protagonistas, unas estudiantes madrileñas de arquitectura.
Y casi medio siglo después (el tiempo vuela) las mujeres que juegan a rugby han de justificarse porque “no es deporte para chicas”, “seguro que son lesbianas”, “hace falta fuerza y ellas son débiles”, y tantas otras frases que cualquier mujer, se dedique a lo que se dedique, ha de escuchar a lo largo de su vida. Probablemente a las rugbistas arquitectas también les aseguraron entonces que la arquitectura no era profesión para mujeres; ahí, entre andamios y albañiles, qué barbaridad. No es que nos hayamos acostumbrado pero casi no nos extrañamos de nada.
Tampoco de que haya quien se empecine en declarar que las jugadoras de rugby, las boxeadoras, las atletas de cualquier deporte son “muy valientes”. Mire, no, ni más valiente ni menos que un varón que decida practicar esos deportes. Y ahí estamos, en que seguimos siendo el sexo débil y eso, en pleno siglo XXI, sigue siendo un pensamiento único, unívoco y absurdo y, desgraciadamente, bastante difícil de erradicar.
Por eso, seguramente, las mujeres vamos haciendo lo que queremos y no lo que nos dejan, o lo que sería femeninamente correcto según parámetros acaso medievales.
Y porque la H que forman los palos de la portería de rugby es la letra inicial de humanos. Lo que somos todos, hombres y mujeres.
Y porque quien juega al rugby, dice la Real Academia de la Lengua, es “rugbista”, palabra masculina y femenina al tiempo.
Algo que ya sabían, desde siempre, eso de ser humanos y personas, todos aquellos que aman el rugby.
Señoras y caballeros.
(Este artículo se ha publicado en la revista"Rugby en blanco y negro", marzo de 2016)
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