lunes, 1 de abril de 2013

LA DAMA NOCTURNA

Bajaba por la calle recién regada y, a pesar de llevar puestos aún los zapatos de fiesta, no le importó que se mojaran. Sí recogió un poco la falda de satén para que los adoquines no dejasen un rastro de barro en la tela  tornasolada.
Caminaba tranquila. Sonreía su boca. Los labios aún guardaban restos del carmín que, horas antes, había perfilado con esmero.
Detuvo el primer carruaje que encontró, ya llegando a la Plaza Mayor, y dio al cochero la dirección de su casa en las afueras.
Cerró los ojos y recordó las últimas horas.
El último orgasmo.
El extraño rictus en la cara de él cuando, soltándose la melena, desnuda y poderosa encabalgada sobre el hombre, usó la larga aguja japonesa que le sujetaba el moño para atravesarle, con extraordinaria precisión y limpieza, la yugular.

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