domingo, 18 de febrero de 2007

Carpe diem y el no sentido de la vida

Pregúntale por el sentido de la vida al hombre defenestrado. Intenta averiguar qué cosa ha sido para él la existencia antes de arrojarse por la ventana de un noveno piso y volar hacia la nada.
Háblale de la hermosura de los amaneceres, de la lenta cadencia de los días, cuéntale que la primavera está brotando y que pugnan las flores por colonizar cada almendro.
Dile que la enfermedad es un accidente, que las depresiones se pasan, que el infierno no existe o que son los otros.
Ese hombre defenestrado terminó segando a hachazos tanta miseria, tanto dolor ajeno y propio.
La guadaña atroz rebana también las falsas flores de las falsas primaveras.
Háblale a él, al desesperado que huyó volando de este infierno, del carpe diem, de filosofías y poemas.
No podrá contestarte.
Ayer dijo, entre hachazos y vuelos, todo aquello que era capaz de decir.
¿El sentido de la vida? Digamos que carece por completo de sentido. O que acaso se halle cuando vuelas y descubres que la gravedad es ambivalente y poderosa, que te arrastra y te eleva al mismo tiempo.
Que somos el ser y la nada en un ínfimo instante

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