martes, 24 de diciembre de 2013

LA VIEJA NAVIDAD





En la vieja Navidad éramos niños y teníamos luces y futuro.
En aquella Navidad infantil todo era bueno, hasta la nieve.
Las manos ateridas y el corazón cálido.

Se marchó por donde vino aquel tiempo de castañas asadas, de una pandereta rara que no sabíamos tañer, del aroma a la sopa de pescado y la compota cociéndose despacio en el puchero de hojalata.

Y ahora tenemos frío en el corazón, las manos vacías y apesta el aire a las tristezas que se consumen con el año, que alimentarán otras nuevas que han de venir porque siempre vienen.

Y ahora somos viejos para todo y quisiéramos tener una chimenea, como entonces, para ver cómo juegan las llamas lamiendo el tronco grande. Cómo esas lenguas de fuego se deslizan y se atrapan y se mecen y crepitan.

Y quisiéramos tener a la abuela que guisaba.

Al padre que sonreía adornando el árbol grande, haciendo ríos con papel de aluminio y elevando montañas con escayola.
Y las casitas diminutas de corcho, donde vivían los niños a quienes el malvado Herodes iba a mandar matar.

En la vieja Navidad.

Cuando niños.

Cuando el ayer, ya lo sabemos, nunca regresa si no es para morderte el alma y dejar el hueco de la ausencia.


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