sábado, 1 de junio de 2013

EL NIÑO




Subió al árbol y miró desde arriba el campo recién sembrado. Los ocres y el silencio de una enorme extensión de tierra parda. Puso su mano sobre los ojos, a modo de visera, y contempló un árbol a lo lejos rebrotado de hojas diminutas, promesa de manzanas con olor a verano. 
Vio las casas del pueblo y la loma altiva, el teso desde donde llegaban las tormentas y los vientos del norte en el invierno. Luego suspiró. Cerró los ojos y un vértigo extraño le sacudió entero. Lo llamó la tierra a su ensenada oscura. Desde la rama más alta del roble viejo, el niño se desprendió, ya maduro, y muerto.

1 comentario:

juanitosoy dijo...

Muy bueno!