viernes, 22 de julio de 2005

Esperpentos veraniegos


La mujer llegaba cada verano al hotel en la misma fecha.
Para los empleados era como la peste. Ella estaba convencida de que la adoraban y repartía sonrisas y tiranía a partes iguales.
Era obesa en grado sumo. Una bola de grasa en pantalones cortos y camiseta de tirantes arrasando el bufé en turno de desayuno, almuerzo y cena.
Ya, ya sé, eso no constituye por sí solo un esperpento veraniego. Pero es que aún no he dicho nada porque todavía me resulta increíble...
La gorda paseaba oronda un cochecito de bebé azul oscuro, adornado de puntillas. La capota levantada si el sol daba de lleno...
En su interior no había un bebé, tampoco un muñeco que fuera de una nieta, por ejemplo. En el cochecito habitaba un perro acicalado que comía tortilla francesa a diario.
En fin, eso era el esperpento.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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