Cambié el billete de tren a última hora. El milagro ocurrió porque la M-30 no era el pandemónium habitual y el taxista se afanó por llevarme deprisa.
Así pues, subí a un tren al que no debía haber subido, al que nunca subo.
El viaje transcurrió sin sobresaltos. A mi lado un chico que no dejó de hablar por teléfono en todo el trayecto. Nada inhabitual por otra parte.
Había dejado la maleta muy lejos, así que a pocos kilómetros de la estación me levanté del asiento y me puse el abrigo.
Y entonces ocurrió.
Alguien pronunció mi nombre y me volví. Alguien sonriente que me dijo ¿Te acuerdas de mí? Y sí, me acordaba, claro que me acordaba. Entonces me dijo su nick de Twitter y estallé en una carcajada.
El azar. Y un pirata. En el mismo tren.
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