El Periodismo (permita
que lo escriba con mayúscula) no es una ciencia exacta, ni siquiera sé si es
una ciencia. Sí que lo concibo como un noble oficio, tan noble que, de no
existir prensa libre, no habría ciudadanos libres.
Y, llegados a esto,
tan fácil de entender, empieza lo ininteligible.
Los ciudadanos han
venido acostumbrándose en los tiempos recientes a que el periodista sea poco
más que un vocero, un señor o señora que da gritos en platós televisivos, que
nos imparte doctrina y parece querer medrar a toda costa a la sombra del poder
o los poderes. Y cuánta gracia nos hace ese vocero, qué divertidos sus
insultos, cómo sube la audiencia cuando acude a sentarse y sentar cátedra.
Y, hete aquí que, en
parte por esos voceros, en parte porque leer cosas largas da pereza, en parte
porque los mensajes simples se expanden con más facilidad que los complejos
porque también da pereza (infinita) analizar… (ya dejo que respire) el Periodismo
se ha vuelto periodismo.
Hasta que, cosas de
la vida, el ciudadano, necesitado de saber verdades porque están los tiempos
peligrosos, salvajes, sangrientos y desapacibles, ha descubierto que es muy
difícil encontrar periodistas que le informen. Porque dar voces sabe
cualquiera, pero se nos está olvidando informar. Informar, con mayúscula. Y el
ciudadano, que no es tonto aunque algunos periodistas lo tomen por tal, busca
la información en fuentes que no parezcan emponzoñadas y surgen medios nuevos
con razonable éxito de audiencia.
Y el ciudadano,
hastiado de famoseos, selfies y otras zarandajas se cree más
aquello que narra alguien que firma con pseudónimo y que parece saber de qué
habla. Y creo que el ciudadano tiene razón en ridiculizar al listo periodista
que quiere ser artista, protagonista y el muerto en el entierro (pero en el entierro de otros,
claro está).
Por terminar con la
reflexión, en tiempos convulsos donde todo está en cuestión, donde el miedo va
sentándose a la mesa de cada casa, donde ignoramos qué será lo próximo que nos
sacuda, aterrorice y haga daño, los periodistas hemos de exigirnos hacer
Periodismo. Y hemos de ser también quienes demos una patada en el culo (sean
ambos, culo y patada, virtuales) a toda esa pandilla de voceros pagados de sí
mismos y pagados (acaso, esto no lo puedo asegurar) por quienes prefieren que
no sepamos y que nos divierta el circo.
Un mal periodista
puede arruinar vidas, poner en peligro vidas y esto no es una cosa baladí.
El gobierno belga
pidió a los medios un silencioso sigilo porque saben que hay mala gente suelta,
gente dispuesta a matar y morir. Y los medios y los ciudadanos belgas asumieron
esa enorme responsabilidad de callar y esperar.
Me pregunto qué
hubiera pasado en España de ocurrir esto y me da pánico pensar en la reacción
de quienes, sintiéndolo mucho, son del mismo oficio que yo. Un gremio que se
basta y se sobra para hacer el ridículo cuando los ciudadanos precisan rigor y
verdad.
Y silencio cuando el
silencio sea una precaución por el bien de la mayoría y no censura.
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