viernes, 2 de junio de 2006

Cuarenta de mayo

Hará tres años el cuarenta de mayo.
El calor licuaba las fachadas del hospital. Volaban las palomas buscando sombras y yo velaba a quien ya se había ido.
Le hablaba sabiendo que no podía oírme, intentaba aliviarle la fiebre buscando calmar la mía y no rezaba porque no rezo jamás.
Y el cuatro de junio hace un mes de otra ausencia. Esta vez prevista, diseñada, dibujada con la perfección de un cuadro, de una escultura que roba espacio al aire y rediseña los vacíos y los llena.
El dolor de las ausencias es extraño, no se calma, se agita en cada amanecer y nos subleva.
Las ausencias son huecos que nos va dejando la vida. Desapariciones y silencios. Vacíos y tristeza.
Y, sin embargo, percibo el dolor como algo bueno, creativo y vivo.
Hay que aprender a desaparecer, también. Como aprendemos a vivir en cada amanecer.
Y se nos va llenando la vida de ausencias y presencias.
Es extraño, pero es así.

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