lunes, 28 de febrero de 2005

¿Y el lunes?

El lunes no hay cuentos que valgan. Hay frío, eso sí. Y cómo impresiona que el vendaval venga de Siberia, o del Polo... El mundo es un pañuelo. Congelado.

domingo, 27 de febrero de 2005

Un cuento para el domingo

Caminaba mecánicamente. Cada mañana era lo mismo. Un corto paseo para terminar sumergiéndose en la vulgaridad del trabajo de la oficina. Apenas miraba a su alrededor; los otros que caminaban eran como ella, gentes que acababan de tirarse de la cama para acudir a la tarea cotidiana.
Sin embargo, fue diferente esa mañana. Sus pies se enredaron en algo cuando había dado unos pocos pasos. Pensó que era el primer aliento del otoño, las hojas marchitas desprendiéndose de los árboles del paseo. Pero, cuando bajó los ojos hacia el suelo comprendió que los árboles, todavía, no expulsaban folios blancos de sus ramas. Había decenas, cientos de páginas esparcidas que tapaban el pavimento cuadriculado de la rambla. Observó que algunos de los otros funcionarios se agachaban y recogían papeles del suelo, los miraban y rápidamente los volvían a tirar con una sonrisa triste...
La curiosidad hizo que ella también doblara la espalda para recoger un par de aquellas hojas, y, sin parar de caminar, empezó a leer. No eran apuntes de clases ni exámenes caducados como pensó al principio. Estaban, eso sí, manuscritos, con una letra muy cuidada, una caligrafía de las que ya no se estilan...


Ven desnuda a mi encuentro,
te espero
como espero al sol cada mañana.
Ven y escucha
tantas cosas
que mañana no podré decirte.
Ven y ayúdame a recordar.
Se me escapan la paz y el amor
entre estas letras...

Decidió dejar de caminar. Cogió diez y doce folios más del suelo y se sentó en un banco. Diría en la oficina que el despertador no había sonado esa mañana. Siguió leyendo, ya con avidez.

Despiértame, amor.
Roza mi pelo con tus manos,
mis labios con los tuyos.
Despiértame, amor,
porque te estoy soñando
y me niego a la pesadilla
de saber que al alba
estarás ausente de mi lecho.

Buscó entre las hojas recogidas al azar alguna pista de quién podría ser el autor de aquellos versos. Buscó anotaciones, frases tachadas, borrones de tinta. Un paseante le ofreció un montón de folios más, pensando que era ella quien había perdido tantas páginas. Una de ellas le llamó la atención. Era diferente, no contenía versos y estaba escrita con tinta roja:

"No me escribas más, Luis. No quiero volver a verte ni volver a recibir cartas ni poemas tuyos. Déjalo estar. Se ha terminado."

Y ella imaginó a Luis de madrugada, sembrando el paseo con tantas palabras enamoradas, dejando caer a su paso una lluvia derrotada de adjetivos, pronombres y verbos, para que el azar regalase a los viandantes los jirones de su alma, hecha pedazos


sábado, 26 de febrero de 2005

El invierno que no acaba

Así es. Pasaba por aquí. Y decidí quedarme, aunque sólo sea un rato. Está de moda tener un 'weblog'. Probaré con éste. Y, de paso, me refugio del frío que no termina nunca.
Bienvenido, si es que el azar te ha traído hasta aquí. Al fin y al cabo, lo nuestro es pasar.