Te tomas un Martini casi helado
(unas gotas de ginebra por el qué dirán).
Pinchas distraída la aceituna
y miras a la gente que pasea
envidiando tu Martini, la terraza y la aceituna.
Llega el hombre que te vende los cupones
y te habla de lo mal que van las cosas.
Le compras un par de décimos al tanto
de que, nunca, jamás, la lotería toca.
Esperas a alguien que no llega.
O lo aparentas.
Nada mejor que una mujer sola,
con su Martini entre las manos
para hacer como que aguarda
a un caballero
de porte estiloso
y con sombrero.
El no va más de la felicidad.
Luego recoges el tabaco, el móvil, la chaqueta
y, un poquito mareada, ya se sabe,
te retiras como puedes a tu casa
para ensayar la siguiente, imposible, imaginaria, cita.
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