Tañen campanas en San Cernin.
Estoy en casa de mi abuela y huele a guiso y a
refugio.
En aquel tiempo todo era posible
y lo imposible, nada.
Arrimo las manos al fuego de la cocina
pongo los pies en el brasero
la cabeza en las nubes de los niños que sueñan.
Mañana seré grande
y podré ver algo más que el campanario
cuando me asome
a las ventanas floridas de geranios,
clavelinas y petunias
del refugio-hogar
de la casa de la abuela
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He aquí la niña de la mano.
Llevada por el padre a por misterios
escondidos en cada recoveco.
Brujas malas en el rellano oscuro de las
escaleras empinadas.
Duendes traviesos bajo las setas coloradas.
Y la sorpresa matutina, como el hada,
debajo de la almohada,
el premio a un diente caído en el fragor
de la incruenta batalla del crecer
y hacerse grande y descubrir
que hay más brujas que duendes,
menos hadas que ogros glotones,
más males que bondades
en un mundo donde los sueños se tornan
pesadillas.
2 comentarios:
No puede ser tan desolador crecer.
No, si se conserva la memoria del niño que se ha sido.
;)
Mencatao! Recuerdo la casa del abuelo, como se cocinaba a leña, sacar agua del pozo con el cubo. Y tiempo de sobra para soñar...
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