“Se me ha quedado la ventana triste.
Como tapiada.
Sin motivo para asomarme”.
Esto era un tuit. Una brevedad, una greguería, una sensación, un llanto raro que sueltas para que no se te quede dentro, quemando.
(Una lágrima por unos pájaros, Ruiz, a tu edad).
La primera vez, la primavera primera, fueron una rareza. Vinieron hace tres años y revoloteaban mucho, se posaban, miraban, se iban, volvían. ¿Qué serán? Y los bautizamos como halcones. Un ascenso en la categoría de las rapaces. Luego me explicaron que eran cernícalos, ni siquiera “primilla”, sino comunes. Vale, me dije, serán comunes pero son especiales porque han elegido mi ventana y no otra para poner sus huevos y criar a sus pollitos.
Aquello fue emocionante. Los pollitos montaron su propio parque de atracciones en la jardinera y saltaban de un tiesto a otro, movían las alas, se quitaban el plumón y les asomaba el plumaje de mayores, cada vez más parecidos a sus padres. Volaron, claro. Y se fueron. Es la condición de pájaro, volar.
Ah pero, prodigio… regresaron la siguiente primavera. Y el asombro se tornó en admiración. Qué memoria la de las aves, saben dónde están tranquilas, dónde tienen casa segura. Fueron cinco pollos. Una barbaridad. Un follón grandioso en menos de medio metro cuadrado. Un atasco de pollitos haciendo sus cosas de pollitos y mirando a la cocina como si la cocina fuera un escenario que les llamaba la atención sobremanera.
Y empezaron a hacerse “famosos” sin
saberlo, porque comenzaron a ser los #Cernícalos de Twitter; unas mascotas
raras con admiradores sensibles. (La sensibilidad, menuda joya imposible de
comprar).
Y llegó la primavera de 2016. Ya habíamos
bautizado al padre como “Cabeza Gris”, tenía nombre y un bello plumaje y una
nueva pareja, una hembra anillada muy asustadiza y menuda. Les costó, pero el 2
de abril en la tierra de la jardinera apareció un huevo rojizo, casi del color
del suelo. ¡Por fin, más pollitos!
Pero se hicieron esperar hasta finales de
mayo y hubo seis, en círculo, perfectamente ordenados en la tierra. Y
comenzaron a empollar los padres. Día y noche, por turnos, Cabeza Gris sólo
abandonaba el nido para cazar. Es buen cazador de topillos, un tipo noble que
me mira a los ojos y no se asusta de mí ni de mis fotos de paparazzi que en vez
de perseguir famosos persigue aves…
Bien. Nacieron los pollitos, miniaturas
de cernícalo, ojos cerrados y pico abierto reclamando comida nada más salir del
cascarón. Sobrevivieron cinco, de nuevo un previsible follón de plumones en la
jardinera, de nuevo Ruiz haciendo fotos agazapada tras los visillos para no molestar.
La madre permanente en el nido, el padre cazando incansable para traer comida;
pájaros pequeños, topillos, ratones. (A veces es mejor no saber qué comen).
Pero…
Pero el 14 de junio al anochecer vi un
pollito muy quieto, separado de sus hermanos, tirado inerte en la tierra. Y
otro con una herida en el ojo muy visible y con mal aspecto.
Así que el jueves temprano, cuando
comprobé que sí había un pollito muerto, llamé a un Centro de Recuperación de
Aves y vinieron a por ellos; el muerto y los vivos en una caja de cartón con
agujeros abandonando su nido. La madre gritaba enfurecida desde el tejado de la
casa de enfrente. La madre… como testigo de un secuestro ininteligible.
Podían haber estado enfermos y haber
muerto todos si no eran tratados así que había que hacer ese estropicio aunque
fuera con la mejor intención del mundo.
No estaban enfermos, estaban desnutridos;
el pequeño había fallecido de inanición; curaron al herido y alimentan a los
otros tres. Se harán grandes, echarán plumas y aprenderán a volar y a cazar.
Lucirán anillas en las patas, como su madre, y emprenderán su vuelo adonde
quieran. Para eso tienen alas, por eso son libres.
Han sido los cernícalos de Twitter
durante mucho tiempo. Pájaros de una red con pájaro azul. Una de las millones
de historias que se cuentan a diario.
Pero han sido nuestros cernícalos, los de
todos. Libres, salvajes y fuertes.
Les estoy muy agradecida por elegir mi
ventana.
Os estoy muy agradecida por dejarme
compartir la historia pequeña de un nido y unas alas y ese aire de libertad.
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