Subió
al árbol y miró desde arriba el campo recién sembrado. Los ocres y el silencio
de una enorme extensión de tierra parda. Puso su mano sobre los ojos, a modo de
visera, y contempló un árbol a lo lejos rebrotado de hojas diminutas, promesa
de manzanas con olor a verano.
Vio las casas del pueblo y la loma altiva, el
teso desde donde llegaban las tormentas y los vientos del norte en el invierno.
Luego suspiró. Cerró los ojos y un vértigo extraño le sacudió entero. Lo llamó
la tierra a su ensenada oscura. Desde la rama más alta del roble viejo, el niño
se desprendió, ya maduro, y muerto.
1 comentario:
Muy bueno!
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