martes, 28 de junio de 2016

EL AMOR Y EL ODIO AL AMOR



"Si alguien odia que otros se amen tiene un grave problema".

Un tuit escrito al hilo de una frase escuchada en la calle, pronunciada por un hombre joven acompañado de una chica joven también: "Nadie es homófobo hasta que tiene un hijo gay".
Bien, pues esto suscitó un interesante y enriquecedor debate en Twitter.
Ya sabéis, que son homófobos encubiertos, que no quieren que su hijo o hija sufra discriminación, que si la discriminación empieza en casa, etcétera.

Hace muchos años mis padres eran novios. Paseaban por unos jardines de Pamplona y, cosas de la edad, con una osadía tremenda, se besaron. Un minuto después un guardia les estaba poniendo una multa. Digo yo que habría alguna ordenanza municipal, una ley incluso, que impedía semejante indecencia y la castigaba monetariamente. Es que es un atrevimiento besarse en público.

Ya.

Resulta que unos carteles con personas del mismo sexo besándose también han escandalizado a algunos "bienpensantes". ¡Lo ven los niños! claman indignados. 
Y a mí me indigna la clase de educación que quieren esas personas para sus hijos. ¿Discriminatoria, sexista, racista?

Hay un mismo saco para todos los "odiadores". Da igual quién sea el objeto de su odio, un gay, una mujer, un sacerdote, un negro, un musulmán o un esquimal; vaya usted a saber qué razones amparan la sinrazón del odio.
Y el odio se alimenta de odio y consume a quien lo padece. Sí, lo considero una enfermedad. Se inocula desde pequeños, cuando ves a tu padre pegando a tu madre, insultando a un negro que pasa por la calle o piropeando a una mujer que va "provocando" con una falda muy corta. Cuando ves a tu madre llamando zorra a una vecina que cambia de novio a menudo. Cuando ridiculizas a cualquiera que consideres diferente. A cualquiera, ojo ahí, que se sienta libre para vivir su vida como quiere vivirla.

Hay un "meme gracioso" con una pintada que dice: "No reírse de los subnormales, por favor". 

Probad a ridiculizar o insultar en la calle al ciego que vende cupones, a esa persona que se mueve en silla de ruedas. Alguien (ojalá muchos) os afeará el gesto.
Muy probablemente (ojalá me equivoque ahora) si hacéis lo mismo con alguien de apariencia gay habrá un atronador silencio; no vaya a ser que piensen que eres maricón o tortillera por defenderlos. 

Así las cosas, estos días volveremos a leer y escuchar que el día del orgullo es una horterada, que no hace falta, que es exhibicionismo, que...
Sobre esto escribió muy bien mi amigo V., aquí:



Así que poco más que añadir salvo una cosa, odiar a quien se ama es atroz.

Odiar es inhumano.



jueves, 16 de junio de 2016

VUESTROS #CERNÍCALOS




“Se me ha quedado la ventana triste.
Como tapiada.
Sin motivo para asomarme”.

Esto era un tuit. Una brevedad, una greguería, una sensación, un llanto raro que sueltas para que no se te quede dentro, quemando.
(Una lágrima por unos pájaros, Ruiz, a tu edad).
La primera vez, la primavera primera, fueron una rareza. Vinieron hace tres años y revoloteaban mucho, se posaban, miraban, se iban, volvían. ¿Qué serán? Y los bautizamos como halcones. Un ascenso en la categoría de las rapaces. Luego me explicaron que eran cernícalos, ni siquiera “primilla”, sino comunes. Vale, me dije, serán comunes pero son especiales porque han elegido mi ventana y no otra para poner sus huevos y criar a sus pollitos.
Aquello fue emocionante. Los pollitos montaron su propio parque de atracciones en la jardinera y saltaban de un tiesto a otro, movían las alas, se quitaban el plumón y les asomaba el plumaje de mayores, cada vez más parecidos a sus padres. Volaron, claro. Y se fueron. Es la condición de pájaro, volar.


Ah pero, prodigio… regresaron la siguiente primavera. Y el asombro se tornó en admiración. Qué memoria la de las aves, saben dónde están tranquilas, dónde tienen casa segura. Fueron cinco pollos. Una barbaridad. Un follón grandioso en menos de medio metro cuadrado. Un atasco de pollitos haciendo sus cosas de pollitos y mirando a la cocina como si la cocina fuera un escenario que les llamaba la atención sobremanera.




Y empezaron a hacerse “famosos” sin saberlo, porque comenzaron a ser los #Cernícalos de Twitter; unas mascotas raras con admiradores sensibles. (La sensibilidad, menuda joya imposible de comprar).
Y llegó la primavera de 2016. Ya habíamos bautizado al padre como “Cabeza Gris”, tenía nombre y un bello plumaje y una nueva pareja, una hembra anillada muy asustadiza y menuda. Les costó, pero el 2 de abril en la tierra de la jardinera apareció un huevo rojizo, casi del color del suelo. ¡Por fin, más pollitos!




Pero se hicieron esperar hasta finales de mayo y hubo seis, en círculo, perfectamente ordenados en la tierra. Y comenzaron a empollar los padres. Día y noche, por turnos, Cabeza Gris sólo abandonaba el nido para cazar. Es buen cazador de topillos, un tipo noble que me mira a los ojos y no se asusta de mí ni de mis fotos de paparazzi que en vez de perseguir famosos persigue aves…




Bien. Nacieron los pollitos, miniaturas de cernícalo, ojos cerrados y pico abierto reclamando comida nada más salir del cascarón. Sobrevivieron cinco, de nuevo un previsible follón de plumones en la jardinera, de nuevo Ruiz haciendo fotos agazapada tras los visillos para no molestar. La madre permanente en el nido, el padre cazando incansable para traer comida; pájaros pequeños, topillos, ratones. (A veces es mejor no saber qué comen).
Pero…
Pero el 14 de junio al anochecer vi un pollito muy quieto, separado de sus hermanos, tirado inerte en la tierra. Y otro con una herida en el ojo muy visible y con mal aspecto.
Así que el jueves temprano, cuando comprobé que sí había un pollito muerto, llamé a un Centro de Recuperación de Aves y vinieron a por ellos; el muerto y los vivos en una caja de cartón con agujeros abandonando su nido. La madre gritaba enfurecida desde el tejado de la casa de enfrente. La madre… como testigo de un secuestro ininteligible.
Podían haber estado enfermos y haber muerto todos si no eran tratados así que había que hacer ese estropicio aunque fuera con la mejor intención del mundo.
No estaban enfermos, estaban desnutridos; el pequeño había fallecido de inanición; curaron al herido y alimentan a los otros tres. Se harán grandes, echarán plumas y aprenderán a volar y a cazar. Lucirán anillas en las patas, como su madre, y emprenderán su vuelo adonde quieran. Para eso tienen alas, por eso son libres.
Han sido los cernícalos de Twitter durante mucho tiempo. Pájaros de una red con pájaro azul. Una de las millones de historias que se cuentan a diario.
Pero han sido nuestros cernícalos, los de todos. Libres, salvajes y fuertes.
Les estoy muy agradecida por elegir mi ventana.

Os estoy muy agradecida por dejarme compartir la historia pequeña de un nido y unas alas y ese aire de libertad.

SENTIDO Y SENSIBILIDAD




Me cuentan que cada primavera entregan en el centro de recuperación de animales salvajes a unos 60 pollos de cernícalos comunes. Anidan, cada vez más, en las ciudades; en balcones, jardineras, ventanas. Donde haya un hueco que les resulte seguro y protegido.
Me cuentan que hay personas que no quieren a “esos bichos”, que hay vecinos que amenazan con matarlos porque “manchan todo”, pían y molestan, porque, en fin, son sólo pájaros y hay muchos.
Respeto a quien eso hace. Respeto a quien no le gustan los animales, no es obligatorio que te gusten, aunque sea delito su maltrato, su abandono, la crueldad con ellos. Sean perros o gatos, sean pájaros o hámsteres. Viven con nosotros en nuestro mundo. Lo mejoran en la mayoría de los casos; acompañan, consuelan, maravillan.
Pero hace falta sensibilidad para que algo te maraville y de eso parece que vamos teniendo poco. O nada. Y sentido común para entender que se trata de equilibrios casi mágicos, que si hay plagas de ratones o topillos nacerán más rapaces que los cazan y se alimentan con ellos. Que si no hubiera murciélagos nos comerían los insectos (oh, qué miedo el mosquito tigre), que cada bicho tiene una razón de ser y estar y existir.
Y aquí somos, estamos y existimos los del cerebro más desarrollado, sin entender nada de esos equilibrios imprescindibles para nuestra propia supervivencia.
Y si no nos conmovemos siquiera con cientos de niños ahogados en el Mediterráneo, abusados, sometidos, sojuzgados, sin refugio, pedir que nos conmueva un animal es para nota. Para suspendernos en humanidad, que no es asignatura pero debería.
Nosotros, los humanos. Nosotros que matamos por placer o para colgar cadáveres en las paredes. Trofeos, dicen. Claro. Premios a la estulticia, la ceguera y la soberbia.
Nosotros que estamos dejando sin futuro a la vida sobre la Tierra a una velocidad desconocida en la historia del mundo.

Nosotros, los inhumanos.