lunes, 23 de noviembre de 2015

EL MUERTO EN EL ENTIERRO DE OTROS

El Periodismo (permita que lo escriba con mayúscula) no es una ciencia exacta, ni siquiera sé si es una ciencia. Sí que lo concibo como un noble oficio, tan noble que, de no existir prensa libre, no habría ciudadanos libres.

Y, llegados a esto, tan fácil de entender, empieza lo ininteligible.

Los ciudadanos han venido acostumbrándose en los tiempos recientes a que el periodista sea poco más que un vocero, un señor o señora que da gritos en platós televisivos, que nos imparte doctrina y parece querer medrar a toda costa a la sombra del poder o los poderes. Y cuánta gracia nos hace ese vocero, qué divertidos sus insultos, cómo sube la audiencia cuando acude a sentarse y sentar cátedra.
Y, hete aquí que, en parte por esos voceros, en parte porque leer cosas largas da pereza, en parte porque los mensajes simples se expanden con más facilidad que los complejos porque también da pereza (infinita) analizar… (ya dejo que respire) el Periodismo se ha vuelto periodismo.
Hasta que, cosas de la vida, el ciudadano, necesitado de saber verdades porque están los tiempos peligrosos, salvajes, sangrientos y desapacibles, ha descubierto que es muy difícil encontrar periodistas que le informen. Porque dar voces sabe cualquiera, pero se nos está olvidando informar. Informar, con mayúscula. Y el ciudadano, que no es tonto aunque algunos periodistas lo tomen por tal, busca la información en fuentes que no parezcan emponzoñadas y surgen medios nuevos con razonable éxito de audiencia.

Y el ciudadano, hastiado de famoseos, selfies y otras zarandajas se cree más aquello que narra alguien que firma con pseudónimo y que parece saber de qué habla. Y creo que el ciudadano tiene razón en ridiculizar al listo periodista que quiere ser artista, protagonista y el muerto en el entierro (pero en el entierro de otros, claro está).
Por terminar con la reflexión, en tiempos convulsos donde todo está en cuestión, donde el miedo va sentándose a la mesa de cada casa, donde ignoramos qué será lo próximo que nos sacuda, aterrorice y haga daño, los periodistas hemos de exigirnos hacer Periodismo. Y hemos de ser también quienes demos una patada en el culo (sean ambos, culo y patada, virtuales) a toda esa pandilla de voceros pagados de sí mismos y pagados (acaso, esto no lo puedo asegurar) por quienes prefieren que no sepamos y que nos divierta el circo.

Un mal periodista puede arruinar vidas, poner en peligro vidas y esto no es una cosa baladí.

El gobierno belga pidió a los medios un silencioso sigilo porque saben que hay mala gente suelta, gente dispuesta a matar y morir. Y los medios y los ciudadanos belgas asumieron esa enorme responsabilidad de callar y esperar.
Me pregunto qué hubiera pasado en España de ocurrir esto y me da pánico pensar en la reacción de quienes, sintiéndolo mucho, son del mismo oficio que yo. Un gremio que se basta y se sobra para hacer el ridículo cuando los ciudadanos precisan rigor y verdad.

Y silencio cuando el silencio sea una precaución por el bien de la mayoría y no censura.