El día que aventé las
cenizas de mi padre, el día que enterramos algunas bajo una estatua que le
encantaba, ese día, tenía pendiente un rodaje para una serie en mi empresa,
TVE.
(Mi empresa, sí,
porque llevo en ella más de tres décadas haciendo lo mejor que he sabido mi
tarea).
Aventé cenizas amadas y me
fui a rodar. A seguir trabajando en una serie divulgativa, cultural y de
servicio público al ciento por ciento.
No diré que he dejado
de vivir por culpa de mi trabajo. Diré que mi trabajo me ha aportado mucha vida,
muchas alegrías, muchas personas a quienes conocer, mucha experiencia. Más gozos
que penas.
Yo soy de esas gentes
raras que se sigue emocionando cuando ve en la carretera una unidad móvil en la
que pone “TVE”.
Yo soy una de las “afortunadas”
que logró una plaza en unas duras oposiciones en un momento especialmente
jodido de mi vida.
Yo debo de ser, según
una opinión pública mal informada, una paniaguada, manipuladora, vendida, vaga
funcionaria, ganadora de millones y no sé cuántas cosas más.
Y yo, según yo misma,
ya perdonarán que personalice pero esto es muy personal, soy sólo una
periodista afortunada por tener trabajo, por haberme ganado el pan durante años
en la misma empresa, ésa que considero muy mía, muy nuestra, propiedad de todos
y cada uno de los ciudadanos.
Porque yo, a pesar de
los pesares, sigo creyendo en el derecho y el deber de formar, informar y
entretener. En hacerlo con la mayor calidad posible, con honestidad y sin
dilapidar un dinero que no es nuestro.
Ahora que todo está
en juego escribo esto para que no se olvide.
Porque aunque las
cenizas de mi padre continúen por ahí en la atmósfera, me sigue faltando el
aire cuando pienso en él.
Y me ahogo cuando veo
cómo quieren ahogar a mi empresa y a tantos profesionales que no tenemos más
mérito ni hemos cometido graves pecados, salvo intentar, cada día, ser honestos con nuestro oficio y nuestros
conciudadanos.