Se preguntaba en
Twitter Guadalupe de la Vallina @Lupe_ (fotógrafa
de admirar, por otra parte) el porqué a los periodistas la serie de Aaron
Sorkin “The Neewsroom” no les termina de convencer. Aducen, en general, un
exceso de idealismo en esos guiones que cuentan la vida cotidiana de una cadena
de noticias.
Se ha escrito tanto
sobre esa serie que no volveré sobre ello. Sí diré que me apasiona, igual que
me sigue apasionando mi profesión, mi oficio, después de varias décadas de
ejercerlo lo mejor que he sabido y podido.
Se preguntaba Lupe,
también me interrogo yo, dónde están las ilusiones de quienes estudiaron
periodismo en su momento o de quienes, a pesar de los pesares y los10.000
periodistas en paro de los últimos años, siguen empecinados en hacer periodismo.
Estudié mi carrera
porque me gusta escribir y contar historias. Visto así, podría no haber
estudiado o estudiar otra cosa y hacerme novelista, por ejemplo. Pero las
historias que contamos los periodistas no son inventadas, llegan de la vida, de
la calle, del dolor, del miedo, de la soledad y de todo lo que es humano. Ésa
es la ausencia de truco literario en el periodismo. La realidad.
Sigo, al paso de los
años, intentando contar esas historias. En televisión parece más fácil, por
aquello de las imágenes que valen más que las palabras. Falacia a desmontar
cotidianamente puesto que hay que añadir datos a las imágenes para que sean una
información.
Sobre las nuevas
generaciones de estudiantes que, cada año, a pesar del panorama desolador,
siguen entrando en tropel en las facultades, quiero pensar que les guía ese
mismo afán, el de trasladar al público la verdad de la vida, una parte de la
enorme, ingente verdad que contiene la vida.
Pero, siempre hay
peros, constato que antes los periodistas éramos (en buena parte) una suerte de
escritores frustrados. Igual que los realizadores de televisión quisieran ser
directores de cine, acaso.
Ahora… Ahora es todo
incierto. Ahora los estudiantes (debería escribir las, porque son mayoría las
mujeres) tienen mucho más interés en dejarse ver, en “hacer pantalla”, en que
se les vea y reconozca que en hacer periodismo. Del de siempre, ése que
requiere precisión, amor a las palabras, respeto por los temas que abordas, por
las personas a quienes atañe lo que cuentas. Ése que, en televisión, se hace en
equipo, porque el reportero es tu mirada y el montador quien da sentido a la
historia cuando vas uniendo los planos hasta formar un relato visual.
Digamos, por
simplificar, que ser periodista no es ser famoso. Has de estar en la sombra.
Ser testigo y narrar lo que ves con toda la imparcialidad que alcancen tus
conocimientos y tu sentido común.
La ilusión se pierde por
el camino de la experiencia cuando todo es repetitivo, mecánico, inanimado.
Cuando ya no eres capaz de contar las historias, todas y cada una, como se
merecen, con exquisita delicadeza, comprensión y respeto.
Cuando las presiones
externas te obligan a solapar la verdad, a mentir, a callar, se muere el
periodista que te nació antaño.
Cuando te consideras
el protagonista de la noticia, matas al periodista que una vez te nació.
Porque esto es
vocación y oficio. Una fina ebanistería que trata de construir muebles
exquisitos a partir de troncos duros, apenas podados.
Todo lo demás, son
alharacas.