viernes, 31 de agosto de 2007

La distancia infinita

Conviene guardar distancias, alejarse y ver el mar a lo lejos. Un recuerdo agotado sin mañana. Es aceptable dar unos pasos atrás y negar los impulsos, el impulso atávico de saltar, por si se vuela.
Nos separa de los otros la infinita lejanía de la muerte. Nos anuncia los silencios nunca rotos, la ausencia de lágrimas, el pasmoso ladrar de los perros a la luna que mengua.
Se escapa el tiempo del mar, el eterno renacer del oleaje, los saltos de peces desconocidos y el lento volar de las gaviotas que ladran acaso a una luna marina que no vemos.
Es duro alejarse cuando el viento arrecia y se avecinan las tempestades del otoño.