sábado, 29 de abril de 2006

De epitafios

A nadie le gusta pensar en esas postreras palabras... Pero hoy, mientras escribía a un amigo, se me ha venido a la cabeza un poema que siempre me ha emocionado.
Lo dejo aquí, palabras de Miguel Hernández, poeta, que murió en 1942, a los 32 años, en el penal de Ocaña, dedicadas a su amigo, Ramón Sijé:

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión mas grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedientas de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Y volverás a mi huerto y a mi higuera
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
de almendro de natas te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas
compañero del alma, compañero.

martes, 25 de abril de 2006

Depresión-Impresión

Desenredo como puedo el ovillo en que se está convirtiendo mi vida. Cuando tiro de un cabo suele ser el equivocado y me ahogo. Pensaba sobre esto mientras me ataca la fiebre, la impotencia febril o una tristeza de la que no se ve el fondo.

Y leo que una joven mujer se ha lanzado desde una ventana con su bebé en brazos. Un vuelo breve que a ella la llevaba a la tumba y , es asombroso, el niño ha sobrevivido. Acaso ha volado con él para protegerlo, acaso no quería escapar sola del infierno y soñó que lo salvaba...

Intento no tirar más de los cabos, para no ahogarme. Intento comprender a esa mujer que pretendía volar sin alas y miro hacia otro lugar, quizá allí esté quien se las ha cortado.

lunes, 17 de abril de 2006

El frío de abril

Nos engaña abril con soles largos, atardeceres que se demoran, árboles en flor y golondrinas despistadas que empiezan a llegar a los aleros.
En un lugar de Inglaterra han encontrado a una mujer para quien los abriles eran indiferentes desde hace casi tres años.
Vivía sola, había comprado regalos de Navidad, veía la tele en su pequeño apartamento. Algo debió pasarle, algo tan grave que murió en soledad, ante su televisor encendido, en el sofá, con los regalos sin desenvolver, cargados de lazos de colores.
Todos morimos, pero nadie debería morir solo y así.
Y a los vecinos del cadáver que antes fue una mujer, con su nombre y su historia, no les extrañó escuchar día y noche el soniquete de un televisor encendido...
Tuvo que ser el casero, por las facturas que el cadáver no abonaba, quien dio la voz de alarma.
Maldito abril, descubridor de los cadáveres que el invierno dejó a su paso.

domingo, 2 de abril de 2006

Lloraba mucho

Mario, Antonella y Salvatore no son monstruos.
No tienen apariencia monstruosa al menos.
Tampoco es posible que estén poseídos por el diablo, ya que el diablo no existe.
Me pregunto, entonces, qué son, si acaso podemos situarlos en la categoría de personas. No, no insultemos a los animales.
Ese trío de seres, aparentemente humanos, o uno de ellos -eso da lo mismo-, mataron a palazos a una criatura humana porque no paraba de llorar.
Ojalá el sonido hiriente de ese llanto infantil les acompañe todos los días de sus vidas. Hasta hacerlos enloquecer. Hasta matarlos de desesperación.