sábado, 18 de marzo de 2006

Rebaños y botellones

Escribo este texto en rojo vino, el vino amable de la charla encendida, de la sobremesa cálida, del sopor creativo, la bacanal sólo entrevista.
Y veo centenares de muchachos acudiendo en rebaño con sus bolsas del supermercado a los arrabales del absurdo. Los citan como a toros, como a mansos, como animales... Y acuden al llamado para ser muchos, sólo eso, ser muchos, ser más y más borrachos que los de otra ciudad donde también fueron citados.
Y veo miles de muchachos en un país vecino, arrancando los adoquines por si debajo está el mar, para insultar a gobernantes que quieren hacer del trabajo esclavitud y del despido ofensa de lesa humanidad.
Nuestros rebaños no marchan por la dignidad, marchan por la ebriedad, el vacío, la miseria de las almas prisioneras, cautivas, hueras.
Vale, hagamos la revolución del botellón, qué gran hallazgo para la humanidad. Alzaremos la bandera de la ginebra barata y venceremos, está claro.

sábado, 4 de marzo de 2006

Sobre TVE

No escribiré sobre lo que me han contado. Escribiré sobre lo que he vivido. Acaso experiencias personales sirvan para que otros se vean reflejados.
Hace veinticinco años un grupo de novatos seleccionados en las oficinas del INEM y enseñados de manera urgente por un grupo de experimentados profesionales, pusieron en marcha un centro regional de TVE en Navarra. Fue en San Fermín, algo casi inevitable. Cuando terminó aquella primera emisión, el grupo de novatos salió a la calle para hacerse una fotografía y entonces ocurrió lo extraño. Los espectadores salieron a ventanas y balcones y dieron un aplauso al grupo de la foto. Comenzaba una andadura que, quizá entonces no fuimos conscientes, sirvió para acercar la televisión a rincones que hasta entonces no habían visto de cerca una cámara o nunca habían salido en pantalla.

Hace veinticuatro años otro grupo de novatos pusieron en marcha un centro regional de TVE en Castilla y León. Ni siquiera existía la Comunidad como tal, entonces era una “preautonomía”. Corría el año 1982, en España se jugaba el Mundial de fútbol y los políticos locales descubrieron que tenían una ventana nueva y cercana para comunicarse con los votantes.

El grupo de novatos fue aprendiendo el oficio. Con más ilusión que medios recorrieron pueblos y ciudades para enseñar a los espectadores dónde estaban las cosas y las personas, quiénes éramos y hacia dónde queríamos ir. Cada uno de los momentos importantes del devenir autonómico fue grabado por cámaras y micrófonos de TVE en Castilla y León. Los novatos que salíamos en pantalla descubrimos, entre asustados y contentos, que la gente nos reconocía cuando andábamos por la calle, porque nosotros éramos “los de Castilla y León”. Y muchos de los políticos que ahora son “importantes” tartamudearon nerviosos en las primeras entrevistas que les hacían en directo en un plató de televisión. También muchos de los escritores, artistas, pensadores y científicos que ahora son alguien en España se estrenaron ante las cámaras con nosotros, con la “tele regional”. La historia en imágenes y sonido de veinticuatro años de Castilla y León se guarda en cintas de vídeo en el archivo de TVE en esta Comunidad.

El grupo de novatos ya no existe. Muchos se marcharon a Madrid, buscando otras salidas profesionales, otros murieron o, como suele decirse con eufemismos “se quedaron en el camino”. No olvidamos a ninguno porque todos fueron importantes para construir esa entelequia tan cercana, esa “tele regional” que propició a los sorianos enterarse de qué comían en León, o a los abulenses descubrir que en Zamora hay carne estupenda también.

No. No hay lugar para la nostalgia. Me niego a la nostalgia porque es “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Y así no se va a ninguna parte.

Tampoco me rindo porque rendirse es abandonar la batalla cuando la creemos perdida.

Los que hace veinticinco o veinticuatro años creímos en una televisión pública descentralizada, cercana a los ciudadanos, democrática y veraz nos habremos hecho más viejos, pero seguimos creyendo en lo mismo.

Ahora hay muchas más televisiones, los políticos pueden elegir entre multitud de ventanas para contar sus mensajes y los ciudadanos pueden sintonizar multitud de canales en televisores cada vez más grandes y más planos.

Y, llegados a este punto, se nos dice que TVE pierde mucho dinero, que la deuda es insostenible, que así no se puede seguir. Y vienen los de las rebajas y aplican el tijeretazo exactamente en el punto más débil de la tela, en la lejanía de las Comunidades Autónomas, en la zaherida periferia, en esos trabajadores de segunda división o de tercera regional, quién sabe.

Y los que se marcharon a Madrid hace años están tranquilos porque los puestos de trabajo que peligran son los de aquellos torpes visionarios que creyeron en la democracia descentralizada, en la libertad y en el servicio público.

Pues no, señores, no es eso.

Que alguien nos explique “a los de provincias” qué hemos hecho mal cumpliendo aquella misión que se nos encomendó, permaneciendo en la periferia y contando día tras día, durante muchos años, la realidad más cercana a los millones de ciudadanos que no viven en Madrid o en Barcelona.

Una televisión pública no debe ganar dinero, exactamente igual que no pueden hacerlo la sanidad pública o la enseñanza pública. Son servicios esenciales para los ciudadanos, universales y gratuitos. Deben perseguir la calidad y deben gestionarse con mimo, puesto que entre todos los pagamos.

Estamos de acuerdo, no puede ser de otra manera.

Pero ahora, llegados a este punto, que alguien nos explique cuánto hemos dilapidado nosotros de esa enorme bolsa vacía y cómo se mide el servicio público en pesetas o en euros. Que alguien nos explique por qué informar de lo que ocurre en Soria, en Guadalajara, en Orense o en Cáceres es tan caro, tan insostenible, y recorrer medio mundo para dar una noticia lejana que en poco nos afecta, eso sí puede sostenerse. Que alguien nos explique (compañeros sindicalistas) por qué hemos mantenido contra viento y marea una estructura añeja, de la época de teletipos con campanillas, en este tercer milenio de Internet y correos electrónicos. Que alguien nos expliqué por qué en el estado de las autonomías, cuando más competencias se ansían y más autogobierno se antoja necesario, lo que no tiene cabida es un medio público de radiodifusión y televisión. Que alguien nos explique si somos moneda de cambio, por qué se juega con nuestros puestos de trabajo, con nuestras ilusiones, con el sudor de muchos años y muchas personas.

Ya, ya sé que no se estila, pero estoy por la televisión pública, igual que por la sanidad y la educación públicas. No admito mercantilismos de tres al cuarto donde todo vale o nada vale porque el justo precio no existe ni se valora.

Y ahora, decidme, si nos dinamitan, si desaparecemos, si los novatos avejentados que somos nos vamos a las listas del paro… ¿De qué valió todo aquel esfuerzo, todos los trabajos, toda la ardua construcción de un estado descentralizado, de autonomías soberanas, de libertades y diferencias, de cursis “hechos diferenciales”?

Vale, de acuerdo, pan para todos, hambre para todos. Y quienes están en el “Foro”, ésos serán libres y tendrán trabajo. Y habremos dejado media vida o un cuarto de vida, incluso la vida entera de algunos, en el camino, en un camino sin salida, sin futuro, porque nos siegan la hierba bajo los pies los encargados de poner orden y concierto.

Cuánto desconcierto, cuánta ignorancia y cuánta vileza